Viaje al Círculo Polar - Rovaniemi

Entrar en el aeropuerto de Rovaniemi (Finlandia) era transportarte a un lugar anacrónico. El sol lucía alto, había 21 grados y casi todos llevábamos ropa de verano y gafas de sol. Pero allí estaba Papá Noel saludándonos, trineos colgados del techo, ayudantes de Santa, renos y música navideña.



Estaba cansada, me dolían los oídos y todavía teníamos que coger el coche de alquiler. El aeropuerto era muy pequeño. Cuando los equipajes dejaron de salir la música navideña dejó de sonar. La sala se vació, sólo quedábamos el chico que nos daba las llaves del coche y nosotros.

El pueblo de Papá Noel tenía un cielo azul intenso y mucha vegetación. Eran las 7 de la tarde del domingo sólo los bares y restaurantes estaban abiertos, pero el centro de la ciudad ardía en vida. 



Nuestro plan era sencillo. Encontrar un sitio donde tomar una cerveza fresquita, dar una vuelta por el centro y alrededores, disfrutar del sol de media noche y encontrar un supermercado donde comprar comida para el día siguiente.

El cansancio nos pudo. Recuerdo pensar "sólo 5 minutos, cierro los ojos 5 minutos y seguimos planeando el día de mañana" miré el reloj, eran las 9 de la noche, 5 minutos de descanso no nos harían ningún mal. Cuando volví a abrir los ojos eran las 11.45 y el sol seguía entrando por la ventana. Me puse las botas y salimos a ver el sol de media noche al río. Seguía habiendo mucha gente, chicas corriendo, parejas andando, grupos de adolescentes montando en bici... 






Sólo el reloj te recordaba la hora que era. A nuestro alrededor no eran las 12 de la noche. El sol no llegaba a esconderse. Era 17 de Junio. El sol no tenía la más mínima intención de irse. Al igual que los mosquitos. Decidí ponerme la sudadera con tal de  huir un poco de ellos. Me puse hasta el gorro. Se estaban dando un banquete con nosotros. A partir de ese momento el repelente de mosquitos se convirtió en una necesidad en nuestro viaje.

Decidimos volver al hotel. Dormir parecía imposible. Con esa luz mi cuerpo pedía movimiento. Cerramos las cortinas (por supuesto, no había persianas) pero aún así entraba mucha claridad. Me auto convencí de que la luz que entraba era de una farola y me dormí.

A las 6 de la mañana mi cuerpo pedía movimiento y desayuno. Es gracioso como puedo estar deseando que lleguen las vacaciones para descansar y en cuanto llegan quiero hacer tantas cosas que casi ni duermo ni descanso.

Era 18 de Junio, teníamos que llegar a Karasjok en Noruega y visitar el pueblo de Papá Noel para enviar unas cuantas cartas a sobrinos e hijos de amigos. El sol seguía brillando pero con menos fuerza que ayer.

El pueblo de Papá Noel en verano es... es una mezcla entre decadencia y deprimente. Supongo que con todo cubierto de blanco y con frío debe verse de otra forma. Lo que más me gustó fue la oficina de correos, una vez entrabas te transportabas a otro sitio. Todo estaba lleno de postales navideñas, de estantes rojos llenos de cartas, el sitio era mágico... Lo menos mágico era el precio que tiene que Papá Noel envíe una carta a un niño. Para ello hay que pedir las cartas en la caja. Escribes en mayúsculas la dirección y eliges el idioma de la carta. Esta Navidad os diré si el precio mereció la pena...










Nos quedábamos sin tiempo para ver el museo ártico. Había que cambiarlo por ir al supermercado a comprar pan y embutido. Al salir estaba lloviendo. Iba a ser un viaje distinto al que me había imaginado el día anterior.

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